lunes, 25 de agosto de 2008

Los Viajes de Créduler

Capítulo II

El autor, desconocedor del lugar en el que se encuentra, se encuentra con un desconocido y le pregunta, descubriendo así información inútil. El inútil del autor pregunta a una niña y descubre información útil. La útil niña descubre que aparece en un relato estúpido narrado por un tío que se llama Muelle. Los muelles no sé quién los descubrió, pero me gustaría saberlo.

Hallándome inmerso en este mundo de color de rosa acerté a preguntarle a un transeúnte que transeuntaba por la calle. De repente, y sin yo mediar palabra, fue el hombre el que comenzó a hablar conmigo.

- ¿Dónde estamos? - preguntó el caballero.

- ¡Qué casualidad! - exclamé yo.

- ¿Por qué? ¿Acaso usted se llama “dónde estamos”? – replicó él.

- Pues no pero, casualmente, ése es el nombre que mis padres querían ponerle a mi abuelo. La casualidad viene realmente de que yo estaba a punto de preguntarle lo mismo. – inquirí yo.

- Adelante, pregúntemelo entonces. No se corte, yo soy muy comprensivo. – dijo él.

- De acuerdo, pues. ¿Dónde estamos? - dije yo.

- ¡Diantres, qué casualidad! ¡Si eso es justo lo que yo le he preguntado!

La conversación se alargó en el mismo tono durante unas doce horas y tres cuartos de baño. Al final conseguí que aquel tipo me diera su número de teléfono y el número de la seguridad social de Georgie Dann, pero olvidé preguntarle si aquello era un país hecho de algodón de azúcar. Por tanto, opté por la decisión más lógica: suponer que estaba dentro del cuerpo de una anciana gigante.

Y, efectivamente, así fue. Tras preguntar a una niña, descubrí que estaba en Viejigantelandia. Según fui advertido más tarde, jamás debe confundirse este país con su archienemigo Vejigantelandia, región situada dos pulmones y unas tripas más abajo, y cuyo emperador Veji-Luis Carod-Moñiga juró independencia extrema mientras las ranas tuvieran pelo*.

Pedí a la muchacha que me llevase al lugar más interesante de su país, y me llevó al avión para que me fuese a mi casa. Tal parecía que en Viejigantelandia no había nada que valiera la pena. Menos mal que descubrí que no era así...

* NOTA: Tanto en Viejigantelandia como en Vejigantelandia, se les denomina “ranas” a las ranas, y “pelo” al pelo.

3 comentarios:

Eco dijo...

¿Y qué pasó?*

*NOTA: y al techo, ¿se le llama techo? ¿y a los mazapanes?

Strangers in Hull dijo...

En Viejigantelandia no hay techo ni mazapanes, sólo materia rosa que todo lo inunda. Muy pronto el siguiente capítulo. Por cierto me gustó lo de tu blog de las frases típicas de madres. Yo añadiría la de "Como no te comas toda la comida va a venir el ratoncito Pérez montado en moto y te va a matar con una motosierra".

Mi madre la decía.

Jalo dijo...

¿Alguien me presta un berberecho para abrir una lata de mejillones?.
Esa es otra de las preguntas que hace una madre alcoholica a su peluquero, pero no me hagais mucho caso que aun no he sido madre, me conformo con ser un trucuñuelas o eso me dijo el Arcipreste de ita.